POLITICA

“No te podés confiar”, el custodio de Alfonsín que vivió un atentado similar

Daniel Tardivo estuvo a cargo del cuidado del exmandatario durante 27 años y recuerda el intento de asesinato fallido en San Nicolás.

“No te podés confiar”, el custodio de Alfonsín que vivió un atentado similar

“Es cuestión de un segundo... Tenés que actuar, hacer algo... No hay tiempo para pensar, es un instinto”, define Daniel Tardivo (62), comisario de la Policía Federal Argentina. Fue, durante 27 años, jefe de la custodia del expresidente Raúl Alfonsín. En 1991 le tocó atravesar un episodio muy similar al que vivió el jueves por la noche la vicepresidenta Cristina Kirchner. En aquel entonces, al igual que ahora, la bala tampoco salió y el agresor fue detenido. Aunque las reacciones de los protagonistas, políticos y custodios, fue diametralmente opuesta.

Un Polvorín


El escenario político era mucho más inestable que ahora. No había demasiada paz en la Argentina. Dos meses antes, el 3 de diciembre de 1990, la sociedad afrontó el último y más sangriento alzamiento carapintada: una jornada que dejó 14 muertos y marcó el fin de las insurrecciones militares. También había células guerrilleras activas, algo que quedó al descubierto en enero de 1989, cuando el grupo guerrillero Movimiento Todos Por la Patria intentó ocupar el cuartel de La Tablada en una operación que tuvo un saldo de 43 muertos y 4 desaparecidos.

Raúl Alfonsín, que había llevado a juicio a las cúpulas militares y a los jefes guerrilleros, parecía un objetivo cantado. Sin embargo, su mayor preocupación era poner nuevamente en el ring electoral al partido radical. De cara a las inminentes elecciones legislativas, salió a recorrer pueblos y ciudades del interior del país, en modo campaña.


El sábado 23 de febrero de 1991, por la noche, Raúl Alfonsín encabezó un acto en San Nicolás. Sobre un escenario montado en la esquina de Mitre y Urquiza, frente a cinco mil personas, desplegó todo su poder de oratoria. Apenas había comenzado cuando un joven que estaba parado a tres metros del palco apuntó su revólver calibre 32 contra el expresidente. Hubo una explosión, pero la bala no salió.

Recuerda Tardivo: “Escuché un ruido y vi un tumulto entre la gente, forcejeos... En esa confusión, acompaño al expresidente a tirarse al piso y, para protegerlo, intento cubrir su cuerpo tirándome sobre él. Yo creo que no llegué a ver el arma, pero es cuestión de un segundo... Tenés que actuar, tenés que hacer algo... Es un instinto”, asegura.

Y continúa con su relato: “Mientras estábamos en el piso, hice preparar el auto. Lo teníamos bien cerca. ‘Si hay uno ahí, pero puede haber otro atacante en cualquier lado’, pensé. Son cosas que no podés saber... Pero Alfonsín no quiso irse, ni subir al auto. Cuando agarraron al chico, él siguió dando su discurso”, dice el custodio desde su casa, en Chascomús, lugar que eligió para disfrutar su retiro de la Fuerza.
-Con su experiencia, ¿qué pensó cuando vio las imágenes de lo que pasó en la puerta de la casa de la vicepresidenta Cristina Kirchner?

-Es un tema delicado. Hay opiniones contradictorias, está todo muy politizado. Si digo lo que pienso capaz que comprometo a alguien o critico indirectamente a alguien y no me gustaría.

-Imagino que le trajo el recuerdo del atentado contra Raúl Alfonsín en San Nicolás.

-Sí, fue todo cuestión de un segundo, de suerte o no suerte, destino... En ese caso, al igual que lo que pasó el jueves, el disparo no salió. El proyectil quedó trabado en el cañón. Los peritos de la policía dijeron que jamás habían visto un revólver trabarse de esa forma. Aparentemente, la bala llegó a salir del tambor pero quedó en el cañón.
La crónicas periodísticas de la época identificaron al delincuente como Ismael Darío Abdalá, un joven gendarme de 29 años que sufría de depresión. “El detenido de San Nicolás padecía algún desorden mental, por lo que fue derivado a un psiquiátrico. En menos de tres años se suicidó, se colgó con las sabanas”, añade Tardivo.

Pero los contratiempos no terminaron en el acto, con el arresto de Abdalá. Aquella misma noche, cuando Alfonsín y su custodia regresaron al hotel, una llamada telefónica los puso nuevamente en alerta. “Teníamos un tiempo libre antes de la cena, pero hubo un llamado anónimo avisando que había una bomba en el restaurante al que íbamos a ir a comer. Le dije al doctor (Alfonsín) que no vayamos a la comida y él me dijo: ‘No, eso es todo mentira. Hay muchos radicales invitados, está todo programado, yo voy a ir igual’. Así que fuimos, pero antes tuve que hacer chequear todo con la brigada antiexplosivos. No encontraron nada, había sido una falsa alarma. Pero bueno, hay que chequear todo... y si podes evitarlo, mejor... pero cada uno lo maneja a su manera”, cuenta.

-¿Alguna vez discutió con Alfonsín por estos temas?

-No, nosotros no discutíamos. Yo le sugería cosas y algunas veces él me hacía caso y otras veces no. Yo siempre le decía jocosamente que así como yo no me metía en política, que él no se metiera en seguridad. Porque la seguridad la manejaba yo.

-¿Estaba dispuesto a sacrificar su vida para proteger al expresidente?

-Y sí... pero me salió espontáneamente. Me acosté sobre él. No me la doy ni de héroe ni de nada, es lo que me salió. Fue un instinto. Era lo que tenía que hacer y lo hice.

En aquel entonces, unos días después del atentado, Alfonsín -en una entrevista con LA NACION- minimizó el asunto e intentó llevar calma a la población: “De ningún modo debe entenderse que significa el retorno de la violencia política al país. Esto es obra de un loco suelto”.
“Yo era el más joven del grupo, el que tenía menos experiencia”


Tardivo fue una de las personas más cercanas al expresidente Raúl Alfonsín. Ingresó en la policía Federal en 1980, luego de realizar el Servicio Militar Obligatorio, y se recibió dos años más tarde. Su primer destino fue la Comisaria 32, en la ciudad de Buenos Aires. En 1983 ingresó como custodio presidencial. “Del grupo de oficiales elegidos yo era el más joven y el que menos experiencia tenía... pero era el primer gobierno en democracia después de muchos años y había que armar una custodia nueva”, cuenta.

-¿Recuerda el día que lo eligieron para integrar la custodia?

-Sí, por supuesto. El día de mi cumpleaños, el 30 de octubre de 1983, fueron las elecciones presidenciales que consagraron a Raúl Alfonsín. A los pocos días se formó la nueva custodia presidencial y me convocaron, pese a tener 23 años recién cumplidos.

-Fue como un regalo de cumpleaños.

-Sí (ríe). Después quedó instalado que el 30 de octubre era “el Día de la Democracia”. A partir de ahí, acompañé al doctor durante 27 años.

-¿Cuántas personas integraban la custodia presidencial?

-Había mucha gente, no me acuerdo exactamente cuántos éramos. La custodia no es solo para el presidente, sino que le corresponde también a toda su familia, hijos y nietos. Para los vicepresidentes la custodia es más reducida, pero también es algo va cambiando con los años.

-¿Cómo es el trabajo de custodio?

-La seguridad se garantiza las 24 horas. El protegido tiene que tener a alguien cerca todo el tiempo.

-¿Recibió algún tipo de preparación especial?

-Nosotros éramos un equipo nuevo, arrancamos todos juntos. Yo tenía apenas un año y medio de antigüedad en la fuerza y ninguna experiencia en custodia. Nos dieron cursos de tiro y nos enseñaron cómo manejar crisis. Siempre íbamos armados con nuestra arma reglamentaria.
-Daniel usted trabajó como custodio de Raúl Alfonsín desde que fue presidente hasta que falleció en 2009.

-Sí, fueron 27 años trabajando a su lado. Nos conocíamos con solo mirarnos. El resto del personal fue cambiando, pero yo era el oficial que se quedaba a cargo de ese grupo reducido. Fue como si tuviésemos un acuerdo tácito: yo me comprometía a continuar, y él me aceptaba siempre. Al final, no fue solo algo laboral: hubo un sentimiento más, de eso estoy seguro.

“Dicen que son todos correligionarios, son todos compañeros, y eso nunca lo sabés”


-Respecto de lo que le sucedió a la vicepresidenta...

-Cada caso es totalmente distinto y cada uno lo va a querer manejar de la mejor manera.

-Pero la actitud de los custodios recibió varias críticas en los medios.

-Bueno, tiene que ir alguien adelante, alguien atrás y también otras dos personas a los costados. Lo que pasa que ahí hay un atenuante... eso de que “son todos correligionarios, son todos compañeros”... y la realidad es que no lo sabés... Decían que eran todos del mismo partido, que venían a apoyarla, pero no te podés confiar. Pero también hay que ver, porque tal vez la señora no quiere dar una imagen que la muestre lejana de la gente y le dice a la custodia que la dejen actuar, que no pasa nada... porque eso también lo hacía Alfonsín y ahí a la custodia no le queda otra que acceder a lo que le están pidiendo.

-Pero debe ser inaceptable que un arma llegue a tan pocos centímetros de la cara del protegido. ¿Existe un manual de reglas básicas?

-Sí, el arma estuvo muy cerca y eso no debería haber pasado. Hay pautas que se van actualizando: un anillo, dos anillos, burbuja, cápsula... van cambiando también los nombres. El público no debería estar tan cerca, porque multiplicás el riesgo. Es muy difícil analizarlo sin criticar al entorno.... a grandes rasgos, no había vallas ni un pasillo para que ella pase, casi que era ella misma la que se abría camino.
-También llamó la atención la situación inmediata posterior al atentado fallido: la vicepresidenta no fue retirada de la escena, continuó entre la gente, firmando libros.

-Ahí, una vez que ocurre el hecho, todo es espontáneo. Tenés que evaluar si seguís avanzando o pegás media vuelta y te subís al auto, que debería estar bien cerca, y salís rápido.

-En base a su experiencia, ¿usted qué hubiese hecho?

-Hubiese tenido algo un poquito más armado para entrar al departamento un poco más cómodo. La semana pasada estuve en Buenos Aires y justó pasé por la esquina: vi la cantidad de gente que había y pensé que debería estar más ordenado. Había muchas personas, cámaras de televisión... Ella, cuando llega a su casa, debería caminar lo menos posible. Si todos los días tiene que atravesar 20 metros de personas corrés demasiado riesgo.


Fuente: La Nación